David McCloskey, exanalista de la CIA y novelista: ‘Si nadie le para los pies en Ucrania, Putin buscará nuevos objetivos en el este de Europa’
David McCloskey fue analista de la CIA y trabajó desde Damasco, la capital siria, hasta un mes antes de que en 2011 estallaran las protestas contra el régimen totalitario de Bashar el-Assad durante la Primavera Árabe. Hacía informes para el presidente de Estados Unidos y altos cargos del Gobierno. Tres años después, el ahora escritor confiesa que abandonó Langley porque ni a él ni a su esposa les gustaba vivir en Washington DC. Dejó la agencia y saltó a la empresa privada (un gigante de la consultoría) hasta que hizo sus pinitos en la novela de espías. Desde su rancho familiar en Dallas habla por videoconferencia sobre su debut, ‘Estación Damasco’ (Salamandra), un ‘thriller’ ambientado en la Siria de los primeros años de devastadora guerra civil, de 2011 a 2013, donde combina los concienzudos métodos de trabajo de la CIA en una historia donde no faltan las mentiras, las torturas, las matanzas con armas biológicas o los atentados contra el dictador.
“Viendo la guerra en Siria he sentido tristeza -admite McCloskey-. Es una gran tragedia para el pueblo. Geoestratégicamente puedes pensar si Estados Unidos debía intervenir más o menos, si debía deshacerse del Gobierno de Assad e imponer otro distinto. Pero a mí cada vez me interesan más las historias humanas, los cientos de miles de muertos, los miles de desaparecidos en campos de internamiento, que el 80% de la población esté en la pobreza, los desplazados, refugiados y exiliados, que se hayan destruido la mayoría de infraestructuras… Me preocupa todo eso y que con el tiempo se olvide o minimice. Prefiero reflexionar sobre las tragedias humanas que Occidente ha olvidado”.
En línea con la novela de espionaje contemporánea que cuenta con títulos como ‘Soy Pilgrim’ de Terry Hayes (que acaba de publicar ‘El año de la langosta’), o la serie ‘Caballos lentos’, de Mick Herron, ‘Estación Damasco’ está protagonizada por el agente de la CIA Samuel Joseph, que capta como topo a Mariam Haddad, funcionaria cercana al círculo íntimo de Assad. La entrena, la intenta proteger, se enamora de ella…
“Netanyahu cree que para acabar con el conflicto debe matar a tantos palestinos como sea posible”
Creció McCloskey leyendo novelas de espías, con Charles McCary y John Le Carré como sus “faros de referencia” y le gustan Tom Clancy, I. S. Berry, Jason Matthews o David Ignatius. “Pero la mayoría de espías no leen novelas de espías -sonríe, a pesar de que el exdirector de la CIA David Petraeus dijera de la suya que era la mejor que había leído…-. Les parecen que no reflejan su realidad. En la CIA hay un grupo de escritura creativa que se llama Tinta invisible. Una amiga estuvo seis meses y ni escribían ni leían novelas de espías, solo de ciencia ficción, histórica, romance… Si uno busca autenticidad, James Bond no es el adecuado”.
No extraña así que en su novela intente rebatir “la idea de que los que trabajan en la CIA tienen una vida de superhéroes, que todos son guapísimos y todo son persecuciones de coches. La realidad no es esa. La mayoría es gente normal y corriente, discreta, que no encaja en los arquetipos”. “El trabajo es interesante. Te piden que detectes, evalúes, reclutes o perfecciones a otros agentes. Y a algunos se les pide que creen relaciones íntimas y personales con personas y que las manipulen y convenzan para hacer algo que es peligroso para ellas y sus familias, algo que puede llevarles a la ejecución, la tortura o la cárcel. Ese trabajo implica entender muy bien a las personas, qué les puede mover a tomar esas decisiones tan difíciles”, explica.
“El ataque de Assad con armas químicas de 2013 mostró su desprecio hacia la población y la vida humana, su egoísmo y avaricia”
McCloskey no fue agente de campo y la Siria en que vivió y trabajó hasta 2011 “era bastante segura a pesar de ser un estado policial”. “Sabías que te seguía gente de la Mujabarat (agencia de inteligencia), pero solo me sentí en peligro una vez que viajé a una ciudad del sur donde no había extranjeros y noté que no era bienvenido y que podía meterme en problemas”, reconoce.
Aunque opina que “la Primavera árabe no se podía prever”, sí cree que “había indicios. Durante décadas de Gobierno autoritario de la familia Assad el pueblo interiorizó que no podía salir a la calle a protestar o manifestarse ni podían pedir derechos políticos porque se arriesgaban a consecuencias dramáticas. Pero miles de sirios cambiaron de opinión en 2011 y decidieron derrumbar lo que llamaban ‘el muro del terror’. Tenían muchos jóvenes, una economía estancada y controlada por los Assad. Y unas fuerzas del orden represivas que era de las pocas instituciones eficaces. La gente se resistió a la autoridad por ira o desesperación. Todo ello encendió la llama de la insurgencia”.
Armas químicas contra civiles
Según McCloskey, el ataque de Assad con gas sarín contra la población en 2013 “mostró su desprecio hacia la población y la vida humana, su egoísmo, avaricia y la corrupción que caracteriza al régimen”. Pero considera que no hay que olvidar “el exterminio indiscriminado con armas convencionales que han destruido zonas como Alepo, convertido en polvo con bombas de barril, que lo arrasan todo, lanzadas desde helicópteros”.