El Barça de Flick es el sueño prohibido que Xavi se quedó sin vivir
Adrenalina
Habrá quien acuse al defensa David López de haber cometido un error de principiante al querer sacar el balón mirando musarañas. Habrá quien le diga que fue una torpeza. Pero quizá habría que reparar en la habilidad ajena, en cómo Lamine Yamal, con la puntera de su bota izquierda, le quitó la pelota, la hizo circular entre sus piernas, y dejó que se abrieran las puertas del paraíso con la tranquilidad con la que uno espera a que se abran las del Mercadona. Con un abanico de opciones por explorar, el delantero del Barça optó por la cordura, colocando el cuero con extrema dulzura en el rincón donde nunca podría llegar el meta Gazzaniga.
Pasada esa media hora en la que el Barça estaba bordando el fútbol, Lamine Yamal volvió a asomar para demostrar que su equipo no se calma en ventaja, sino que se excita aún más. Raphinha tiró un centro a balón parado y los jugadores azulgrana, quizá pillos, quizá conscientes de que el Girona tiende a desatender la frontal del área, dejaron a Lamine que se fuera solo hacia aquella zona. La intuición tenía su razón de ser. Los futbolistas de Míchel defendieron su corazón, pero descuidaron lo que pasaba frente a sus narices. El olfato lo puso Lamine, que con el interior de su zurda, y entre piernas y corpachones varios, dirigió con el interior de su zurda el balón a la red. Era el 0-2, pero tal era el vuelo del equipo de Flick y la impotencia del grupo de Míchel que los goles amenazaban con amontonarse en la portería de Gazzaniga.
Claro, el Girona pagaba de lo lindo que su equipo poco tenga que ver con el que abrumó la temporada pasada. Varias piezas de la columna vertebral hicieron las maletas, y a Míchel le está tocando liderar una reconstrucción con futbolistas que no tienen la calidad de los que se fueron. Por si fuera poco, la ausencia de Yangel Herrera en el centro del campo obligó a que el colombiano Jhon Elmer Solís, con maneras de espantapájaros, ejerciera de atolondrado líder en una zona en la que el Barça montó la entrada a su parque de atracciones.
Quizá el Girona tuviera una última oportunidad para rebelarse. Al filo del descanso, Bryan Ruiz, que por momentos pareció el valiente que se puso frente a los tanques chinos en las protestas de la plaza de Tiananmén de 1989, remató al cuerpo de Ter Stegen con todo a favor. Y justo después, Iñigo Martínez saltaba de espaldas y con los brazos abiertos. El árbitro del partido, Muñiz Ruiz, señaló penalti. Pero el VAR le invitó a que acudiera al monitor, porque allí podría ver cómo la pelota venía rechazada desde el cuerpo de su compañero Balde, lo que invalidaba la infracción.
Así que a Flick se le pasó rápido el cabreo, y no tuvo más que ver cómo su equipo, repleto de demonios insaciables, zanjaba la tarde en el primer cuarto de hora del segundo tiempo. Antes de que Dani Olmo, que en el primer tiempo se hizo un pequeño corte, tuviera que pedir el cambio por molestias físicas, encontró tiempo para continuar con su buenaventura. El martillazo sin ángulo con el que materializó el 0-3 tras un pase largo de Koundé habló de muchas cosas, especialmente de la confianza de un jugador que encaja como un guante en la estructura de un grupo tan dinámico como el de Flick.
Nada que turbara a un Barça que ha ganado sus primeros cinco partidos de Liga. Y que, sobre todo, se ha convertido en un equipo creíble. Un equipo de verdad.