Judíos y conversos, de la ceguera a la Inquisición, en el MNAC
Un pergamino de 1340 con la flagelación de Cristo dibujada; en él, dos verdugos descoyuntados señalados en una inscripción como “judíos malvados” (escrito en catalán por estar dirigido a un público laico). En la misma sala, una caricatura de la misma época en un ‘liber iudeorum’, libro donde se anotaban los préstamos concedidos, en este caso por un poderoso judío, Salomón Vidal de Vic: tiene un rostro monstruoso, nariz enorme, boca abierta y ojos estrábicos.
Entre las primeras, las hubo ortodoxas, como la pintura del crucificado encargada en Italia por el converso Alonso de Burgos y enviada al temido inquisidor Tomás de Torquemada como prueba de su identidad cristiana, pero también muy “bizarras”, como el ‘Cristo de la Cepa’, de 1400. Este sorprende desde una pequeña vitrina, pues es una humilde y pequeña raíz de vid en forma de Jesús en la cruz que un judío encontró mientras podaba su viñedo y le provocó su inmediata conversión al cristianismo. Lo donó al monasterio de San Benito de Valladolid, fue venerado y, en el siglo XVIII, sacado en procesión para rogar por el fin de las sequías…
Intolerancia, hoy
“Aquella violencia e intolerancia podría seguirse hasta el XIX en la iconografía de Goya y sigue muy presente hoy día”, constata el comisario ante Miguel Falomir, director del Prado y su homólogo del MNAC, Pepe Serra, antes de recordar que esta exposición pionera en su temática, “no es sobre judíos, sino que muestra cómo los cristianos definieron su propia identidad a partir de cómo definieron a judíos y conversos”. De hecho solo hay tres obras de artistas judíos, entre ellas la Hagadá Dorada (1320), que fueron encargadas por la élite judía de Barcelona e incluyen elementos cristianos.