Los ‘superfans’ cambian las reglas del negocio musical
La figura del fan hipermotivado, dispuesto a gastarse el sueldo en discos, camisetas y entradas de conciertos de sus ídolos, es tan antigua como la cultura pop (o más si cabe), pero nunca había constituido un segmento de mercado tan identificable y explotable. La tecnología hace posible que el ‘superfan’ o ‘superoyente’ sea rastreable y que su afán por acceder a todo aquello que el artista produzca o toque con sus dedos llegue a ser monetizado: ahí está la nueva fijación de la industria musical, deseosa de establecer vínculos fuertes con la audiencia más estimulada en un contexto de fragmentación del mercado, en que se publica más música de la que podemos abarcar (esas 120.000 canciones volcadas cada día en las plataformas de ‘streaming’).
Pero este es un campo abierto a la innovación y donde afloran proyectos que buscan su propio camino. Un creador musical, James Blake, ha creado Vault, plataforma que ofrece acceso a material singular, por suscripción, para los muy cafeteros. En Barcelona, una iniciativa fresca es Guzzu, ‘startup’ ideada para el entorno digital para que “el artista, ya sea grande o pequeño, pueda monetizar su comunidad”, explica su cofundador Arnau Sabaté, emprendedor con larga experiencia.
Grandes y pequeños
Frente a la percepción de que esto va de artistas muy comerciales, Sabaté abre el encuadre a creadores independientes que puedan disponer de una base de fans quizá pequeña pero activa y que “puedan así acceder a unos ingresos decentes”. Como plataforma D2F, Guzzu se salta los intermediarios “para que los artistas tengan retribuciones directas”, monetizando la relación con los seguidores en materia de “distribución de ‘royalties’, clubs de fans, gamificación, acceso a privilegios, prioridad o comunicación directa”, a través de un ‘merchandising’ digital que incluye activos como canciones, videos o avatares.