La buena salud económica, social y política de la monarquía búlgara en aquel entonces le permitió encargar el proyecto a la pareja de arquitectos que hicieron de Sofía la capital que hoy es: Ivan Vasilyov y Dimitar Tsolov. A ellos, los responsables de la catedral de Sveta Nedelya de Sofía o de la Biblioteca de la Universidad San Clemente de Ojrid, también hay que achacarles que Banya se convirtiera en un lugar de interés turístico y que se modernizara gracias al atractivo de sus aguas termales.

Durante algo más de 15 años, la propiedad tuvo uso exclusivamente de la corona, pues tanto Boris III, aliado de Hitler, como su hijo, Simeón II, lo utilizaban como alternativa vacacional a su residencia oficial, el Palacio Real de Sofía. Sin embargo, con la caída de la monarquía en 1946 tras el referéndum que se realizó en el país, completamente ocupado por el Ejército Rojo, las posesiones búlgaras de la familia Sajonia-Coburgo-Gotha pasaron a tener otros fines.

En el caso concreto del palacio de Banya, este pasó a ser la sede de las representaciones del Museo Militar de Sopot, convirtiéndose en uno de los grandes tractivos turísticos de la región, si bien más tarde se restringiría el acceso y no fue hasta el regreso de Simeón II en 2001, tras décadas de exilio fuera de Bulgaria, que se detendría su abandono y deterioro e iría lentamente recuperando el esplendor de antaño.

Es más, el que fuera no solo zar sino también primer ministro búlgaro está censado en dicha localidad, por lo que ha de acudir a dicho municipio cada vez que hay que votar. Esto se debe a que fue la única propiedad que no fue incautada por el estado en los largos procesos judiciales del mismo contra la familia Sajonia-Coburgo-Gotha.

La venta y la asociación vecinal

Por ello sorprende que, recién cumplidos los 87 años —este pasado lunes 16 de junio—, haya decidido poner a la venta la propiedad. De hecho, aunque el citado medio se ha puesto en contacto tanto con la inmobiliaria como con la oficina de la familia real búlgara, no ha habido respuesta sobre los motivos por los que Simeón II ha decidido sacar la propiedad al mercado, así como tampoco su precio, ya que en la web, donde debería aparecer la cantidad, solo aparece la palabra «Negociación», aunque, tal y como explican desde el medio local Plovdiv24, entre los vecinos corre el rumor de que el precio de venta es de 10 millones de levas —5,11 millones de euros—.

El edificio, declarado monumento cultural, y en teoría cuidado y mantenido por la bodega Valle de las Rosas —cuya fama proviende de haber suministrado tanto al propio Hitler como después a Leonid Brézhnev—, se encuentra en un estado deplorable, ya que no ha recibido gestión ni ayuda alguna para sus reparaciones durante, al menos, cinco años, añaden desde el citado medio local.

«Ya no hay demasiado que ver en el palacio; al menos la última vez que entré en la casa muchas de las pinturas o los objetos de la época real de los que se hablan [en la prensa] han desaparecido, ya sea porque la familia real o gente ajena se los ha llevado. Con el paso de los años, el equipamiento y el mobiliario están desvencijados», ha declarado a BNT Stamen Geshev, alcalde de la ciudad de Banya.

Por todo ello, ha surgido un movimiento ciudadano, Juntos por la ciudad de Banya, que quiere impedir que el palacio sea adquirido por manos privadas, pues lo consideran un lugar de interés cultural que debe ser comprado y gestionado por el Estado, que tendrá la misión de darle nueva vida y de convertirlo en un enclave turístico, puesto que todas sus estancias —desde la bodega o el vestíbulo, al comedor, cocina, diversos dormitorios, otros tantos cuartos de baño y hasta el despacho personal del zar Boris III— contienen parte de la historia del país.

«Un edificio construido por el zar Boris III para estar cerca de los manantiales minerales de la zona. Un edificio que combina de forma muy interesante la arquitectura neorrenacentista con el barroco y las obras de la época de secesión», ha comentado el agente inmobiliario Augustin Denkov. «El inmueble contiene un valor cultural inamovible que está estrechamente vinculado al desarrollo de la ciudad y a la historia búlgara», argumentan desde la asociación, que busca que el estado lo acabe convirtiendo en un museo o en un centro cultural de acceso libre que garantice su preservación y su nombramiento como parte de la memoria nacional.