La extrema derecha cambia de vestuario para seducir a sus
votantes. Los candidatos usan americana, corbata y la venda del diálogo.
Leif-Erik Holm ha dado un paso al frente en Alemania. Alice Weidel sigue
llevando la batuta, representa ese «rupturismo» con los nazis del siglo pasado, pero sabe que para mejorar los datos de las últimas elecciones debe seguir renovando la imagen de AfD. Jordan
Bardella también ha tomado las riendas en Francia. Le Pen tiene un futuro judicial complicado y necesita un relevo. Bardella tiene treinta años recién cumplidos, ha conseguido vender una imagen de moderado, al menos, más moderado que sus predecesores. Y triunfa en las redes. Lo mismo ocurre con Thierry Baudet en Países Bajos. ¿Qué sucede en España? Vox tiene
una estructura diferente, marcada por el «liderazgo fuertemente personalista» de Santiago Abascal.
El ascenso de Carlos Hernández Quero, no obstante, puede enmarcarse en esta estrategia
de rebranding a nivel mundial. El fondo es el mismo, cambian las caras.
«La
extrema derecha ha crecido gracias a una normalización perfectamente calculada. [Los líderes] han moderado sus formas, han ampliado la agenda y han explotado los miedos sobre
seguridad, identidad e incertidumbre económica. No se presentan como herederos del fascismo, sino
como defensores de la gente corriente«, señala Anna López Ortega, politóloga y autora de La extrema derecha en Europa (Tirant). La también profesora recalca además que los pactos con las fuerzas conservadoras, «tanto a nivel local como autonómico y nacional», terminan de diluir el estigma antifascista y hacen que sus programas se cuelen en el debate público.
Esta tendencia es prácticamente generalizada en Europa, también en otros países como Estados Unidos o India. ¿El resultado? La extrema derecha lidera las encuestas en Alemania, Francia y Reino Unido. Vox tampoco deja de crecer en España. Y sus homólogos han tocado poder en Italia, Finlandia o República Checa. «La clave está en adoptar discursos más pseudoizquierdistas para dirigirse a las clases trabajadoras. Es lo que conocemos como secuestro semántico. Los candidatos intentan presentarse como algo distinto de lo que los votantes asocian con el neofascismo y ponen en un segundo plano sus puntos más extremistas. Lo hacen para captar votos, sobre todo votos nuevos», advierte Steven Forti, profesor de Historia Contemporánea y autor de Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales (Akal). Las voces consultadas por este diario, no obstante, recuerdan que son muchos los partidos y países en los que conviven la vía de la «desdiabolización» y las intervenciones crudas, excluyentes y reaccionarias.
Los planes para desvincularse del fascismo de entreguerras empezaron a coger fuerza a finales de los ochenta y durante los noventa. Lo que pasa es que en la última década se han ido perfeccionando. Marine Le Pen, Giorgia Meloni y Alice Weidel son algunas de las figuras que mejor lo representan. «Las caras visibles han cambiado primero con los liderazgos femeninos. Y ahora están volviendo a reclamar atención con la entrada de perfiles nuevos, hombres jóvenes y elegantes, mucho más fáciles de presentar [en sociedad] que los dirigentes vinculados a la extrema derecha del siglo pasado«, desliza Arsenio Cuenca, sociólogo e investigador en l’École Pratique des Hautes Études de París. Los ultras quieren más. Y el margen de mejora tiene mucho que ver con la intensificación de ese rebranding.
La ¿modernación? de los ultras
El Diccionario de Cambridge define el rebranding como la estrategia comercial que se utiliza para «cambiar la forma en la que una organización o empresa es vista por el público». La extrema derecha es aquí el producto. Lo son las siglas. Y lo son los líderes. «El ascenso de nuevos perfiles evidencia este deseo por desradicalizar la
apariencia, no necesariamente los discursos, un deseo que funciona como hoja de ruta: actualizar las caras, mejorar la comunicación y presentar un envoltorio más normal para conectar con electores que rehúyen de los vínculos históricos«, insiste la politóloga Anna López Ortega.
Alice Weidel ha sido una de las últimas en entenderlo. La extrema derecha alemana está capitaneada por una mujer
relativamente joven para el partido AfD, lesbiana, con formación
académica y una ligera sensación de moderación con respecto a la generación anterior. «Las posiciones de la formación son más bien antifeministas y anti LGTBIQ+, pero saben mezclar los conceptos semánticos y consiguen parecer más aceptables. Esto explica el crecimiento de los partidos ultraconservadores en términos electorales. La llegada de candidatas mujeres ha reducido mucho el gap de género en Italia, Francia o Alemania», continúa Steven Forti. Merz ganó las últimas elecciones alemanas con Weidel rozándole los talones. Lo hizo además en un país en el que el recuerdo del nazismo sigue cuando menos presente.

¿El objetivo de la extrema derecha? No perder votos, penetrar en nuevos sectores. Y para eso no basta con una sola cara. Weidel tiene que alejarse –al menos, físicamente– de sus compañeros más extremistas, los que siguen evocando un pasado sangriento. Leif-Erik Holm asoma la cabeza desde el otro lado del tablero. El economista y hasta hace no mucho locutor de radio tiene cincuenta años, cara de muchos amigos. Holm viste en americana y camisa, se define como «un buen tipo»; podría ser el padre de tu mejor amiga, tu profesor enrollado de secundaria, tu vecino el del quinto, pero es la nueva promesa de la extrema derecha alemana. AfD quiere dar la batalla entre el electorado conservador, ponérselo difícil al actual gobierno de centroderecha. Y Holm es una pieza clave en esta partida de ajedrez. Las encuestas le dan de momento a la formación ultra la primera posición.
Marine Le Pen ha presentado a Jordan Bardella como su relevo natural, un hombre joven, «cuidadoso con sus discursos» y con una imagen más actual, vinculada sobre todo a las redes sociales. El patrón es prácticamente el mismo que en el escenario alemán. La patronal francesa y «algunos medios» están colaborando de manera activa con esta normalización. «La sensación de ruptura con la extrema derecha de hace veinte años resulta evidente, pero también vemos ligeras continuidades. Marine Le Pen llevaba tiempo trabajando en este rebranding del partido, hace no mucho votó a favor de blindar el derecho al aborto en la Constitución. Y los sondeos apenas muestran diferencias entre ella y Bardella, lo que demuestra que muchas veces pesan más las siglas y los discursos que las caras», sostiene Arsenio Cuenca.
La Finns Party llegó al poder como parte de una coalición en Finlandia. Lo hizo gracias al liderazgo de una mujer, «relativamente joven» y con «formación superior». Las fuentes consultadas por este medio destacan además su estilo «más institucional», menos bronco y conflictivo. Países Bajos, donde la extrema derecha también se disputa el Gobierno, tiene una situación similar. «La extrema derecha no necesita ir acompañada del
estereotipo clásico fascista para prosperar: basta con reconfigurar su
marketing y su imagen pública, mantener sus mensajes clave adaptados a
preocupaciones reales», matiza Anna López Ortega. La seguridad y la migración son aquí dos elementos vertebrales.

Hernández Quero y el nuevo votante de Vox
Vox también se ha dado cuenta de que tiene que pescar votos más allá de los barrios ricos y los vecinos de apellido compuesto. Abascal sigue controlándolo todo en el partido, pero ha ido dando paso –sutilmente– a nuevos perfiles, entre ellos, Carlos Hernández Quero. Este historiador de poco más de treinta años trabajó antes como investigador en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), entre 2016 y 2020. ¿Cómo puede contribuir al rebranding de Vox? Quero tiene la mirada puesta en el votante de izquierdas desencantado, lleva semanas haciendo refencias a problemas de cualquier familia humilde, como la vivienda. Lo que falta por ver es el impacto que puede tener su irrupción en encuestas y urnas.
«Vox ha intentado algo parecido a lo que han estado haciendo sus homólogos europeos, pero con un liderazgo tan personalista como el de Abascal, resulta más complicado. Hernández Quero puede venir a renovar los cuadros de la extrema derecha española, hablamos de una figura joven y mediática que encaja en la lógica del rebranding, sobre todo a la hora de competir en un entorno [Bruselas] en el que los ultras avanzan con envoltorios más profesionales y menos estridentes», añade Anna López Ortega. Vox quiere «hegemonizar todo el espacio de la derecha, cada vez más radical«, y por eso prefiere de momento moverse en una suerte de puzle que fusiona las dos estrategias. La antigua y la nueva; ni máscaras, ni disfraces. Steven Forti, de hecho, lo resume así: «Vox apuesta por la estrategia del rebranding en términos generales, porque utiliza un discurso más amable en según qué temas, pero no cambia en absoluto su marco ideológico. El rebranding que utiliza no trasciende como sí ocurre en otros países, por eso podemos definirlo como un rebranding de pacotilla».