Malo porque el Madrid, recostado en ese 1-0 de Vinicius, se sentía tranquilo. ¿Y el Girona? Incómodo. Con el balón en los pies, pero siendo su posesión tan inanimada como estéril, justo antes de que Vinicius, con una asistencia sensacional –el golpeo con el exterior de su pie derecho- para que Bellingham, de nuevo, galopara rasgando a Eric García y castigando la terrible duda de Gazzaniga.
Ni se quedó el meta argentino bajo los palos, que no debía, ni atacó el balón a la espalda de los centrales con la determinación que sí debía haber hecho. Poco más de media hora y el Madrid dominaba con un inapelable ejercicio de contundencia: cuatro remates, tres a puerta y dos goles.
¿Y el Girona? Nada. Ni disparó a puerta, mientras Míchel, desde una cabina en las alturas del Bernabéu, ordenaba calentar a Pablo Torre y Arnau antes incluso de terminar la primera mitad certificando que su plan inicial no funcionó. Ancelotti, en cambio, y una vez conocida la baja de última hora de Rüdiger, ordenó una pareja de centrales, pero con roles distintos. Puso a Tchouaméni en la derecha y disfrazó a Carvajal de central zurdo. Ni se despeinó el Madrid.
A Lunin se le vio jugando siempre con el pie. Podría haber llevado las manos en los bolsillos. No las necesitó para nada, si acaso para atrapar algún que otro sencillo balón aéreo. Al Girona le habían quitado las alas en ataque –ni rastro de Couto, Miguel, Tsygankov, Savinho…- por lo que fue un equipo inofensivo.
Mucho balón, que provocó hasta impacientes pitos del Bernabéu, poco veneno. Parecía que estaba vacunado. ¿Era el Girona? O una copia mala de ese grupo de atrevidos jugadores que asombraban en la Liga. Acabada la primera mitad no hacía falta que ninguno levantara la vista hacia el techo cubierto del reluciente y modernísimo Bernabéu. Habían sido aplastados por un Madrid demoledor. Y, sobre todo, por su incomparecencia.
No existe peor derrota que ésa. No ser quien es o quien habías sido hasta venir a Madrid. Míchel asumió su error con el primer cambio ya que sacó a Portu y puso a Pablo Torre. Algo cambió entonces, pero duró poco. Demasiado poco. Y a los 50 minutos llegó el primer buen centro de Savinho, que no encontró a Dovbyk, limitado como se le veía por esos problemas físicos en la rodilla que solo le dejaron entrenar con el grupo el pasado viernes.
Y el Bernabéu, que empezó nervioso, acabó la noche con saludos y cánticos entre el Fondo Norte y el Fondo Sur. Vinicius, a lo suyo. Castigando la debilidad de Yan Couto para transformarse en la estrella del gran partido. El tercer gol es de Bellingham, al igual que el segundo. Pero ninguno se entendería sin la magia previa del brasileño. Fue él quien desfiguró a un irreconocible Girona, sintetizado en la triste figura de Couto, ‘autor pasivo e ideológico’ porque aparece en las cuatro fotos de los cuatro goles del Madrid. Y en la del penalti que cometió.