Lo hizo en Vitoria la pasada semana. Y lo repitió ayer en Montjuïc. Volvió Xavi a colocar a cuatro de los cinco centrales que tiene en la plantilla en su once inicial.
Ante el Granada, exploró una pareja nueva en el eje de salida colocando a Pau Cubarsí en el lado diestro e Iñigo Martínez, el único zurdo que posee, en el flanco izquierdo. Koundé, como ya es habitual, destinado a ser lateral derecho. Mientras descansaba Araujo.
Tras dos largos meses de ausencia, volvió Ter Stegen a ser el guardián de la portería del Barça. Nada pudo hacer en el gol del Granada, que retrató más a una pasiva defensa azulgrana donde a Pedri le tocó la ingrata y poco apropiada tarea de perseguir a Pellistri. No llegó a tiempo de frustrar su centro desde la derecha, mientras Cancelo, desubicado, De Jong, desorientado, y Christensen, que no pudo cerrar el hogar culé, asistían como invitados de primera fila al gol de Ricard Sánchez, el lateral derecho del Granada, que entró en el área del Barça lenta, pero eficazmente.
Nadie lo detectó, lo que desató un gesto de rabia de Xavi. Nunca visto antes. Se giró enfadado hacia su banquillo y dio un puñetazo a su asiento vacío. Y con el retorno del meta titular no se frenó el caos defensivo, aunque tuvo dos paradas decisivas. Una a Pellistri, que paró con la cara (iba 1-2); otra a Uzuni, con 3-3.
Ninguno como Lamine. Extremo derecho, asistente desde la banda y goleador llegando desde atrás en el primer tanto. Ycon rabia y rebeldía en el 3-3 cuando le robó un balón a Callejón antes de soltar un maravilloso zurdazo que le daba esperanza de la remontada al Barça. Dos tiros a puerta, dos goles. Sin él, la pregunta de verdad es donde estaría este equipo. Un equipo que no defiende nada bien. Ni jugando con cuatro centrales.