Nora Krug y sus ‘Diarios de guerra’: la tragedia de Ucrania vista desde la cotidianidad y las emociones
Un abuelo ucraniano que al despertarse olvida todo, incluso la guerra. Un niño frustrado porque Nintendo ha cerrado sus tiendas en Rusia y no puede seguir jugando. Un agricultor que, cerca de la frontera de ambos países, ignora las bombas, obsesionado con salvar su cosecha. Un monologista de Kiev desplegando humor negro para espantar el miedo a los bombardeos. La guerra entre Rusia y Ucrania, retratada a partir de la vida cotidiana de dos personas, protagoniza el libro gráfico Diarios de guerra (Salamandra Graphics), de la germano-estadounidense Nora Krug. El volumen, un relato visual cocinado a partir de entrevistas realizadas a lo largo de un año, pone el foco en las emociones y sentimientos de dos personas atravesadas por el conflicto armado.
Narrativas ambivalentes
A lo largo de su periplo por Finlandia, Turquía, Estonia y Francia, D. demuestra con frecuencia cierto complejo de culpa. Paralizado emocionalmente, confiesa que no deja de sentirse “incómodo al saber que soy ruso”. Cuando le preguntan de dónde es, responde que de San Petersburgo, en lugar de Rusia, por identificarse más profundamente con su ciudad que con su país. Simultáneamente, D. se posiciona contra la guerra, critica a Putin e intenta ayudar económicamente al pueblo ucraniano. En cierto momento, asume que no empuñará un arma si Rusia le llama a filas, aunque eso le condene a la cárcel. Sin embargo, tiene miedo a ir a las manifestaciones contra la guerra. “No le retrato como una víctima, porque pienso como alemana. Es importante no tratar a los perpetradores como víctimas. Es cierto que D. está tomando riesgos al ser entrevistado, pero tenemos que reconocer que la mayoría de los rusos no está haciendo suficiente contra la guerra. Su narrativa es más ambivalente que la de K., porque a ella la están bombardeando, sus colegas están siendo asesinados, la vida de su familia está amenazada…“, asegura Nora Krug.
La escritora e ilustradora, profesora de la Parsons School of Design de Nueva York, confiesa que su visión crítica con Rusia es parte de un intento mayor de diseccionar las narrativas que nos contamos a nosotros mismos para sentirnos mejor. “En Francia, su narrativa sobre la Segunda Guerra Mundial es la de la Resistencia, aunque hubo campos de concentración gestionados por franceses que mandaban a prisioneros a Auschwitz. En Estados Unidos tienen la narrativa de los libertadores, aunque no dieron suficientes visados a judíos. Algunos murieron porque no tenían visado estadounidense”, matiza la autora. “Resulta fácil aclamar a un héroe y condenar a un criminal. Pero son las narrativas ambivalentes las que nos obligan a afrontar con espíritu crítico nuestra pasividad”, escribe Nora en la introducción del libro.
Infierno cotidiano
La historia de K. sirve de metáfora del exilio de millones de ucranianos que abandonaron el país tras la agresión rusa. Ella se instala en Copenhague con sus hijos pequeños y su madre. Su marido se queda en Kiev por problemas de visado. En sus sucesivas visitas a Ucrania, donde va también para informar como periodista sobre la guerra, K. va descubriendo cómo las bombas se van llevando a amigos y conocidos. Su suegro, una mañana, pierde la memoria. Poco a poco, repara en que la guerra ha envejecido su cuerpo: “Poco después de que comenzase la invasión, me di cuenta de que tenía arrugas nuevas alrededor de los ojos. Mis amigos también están diferentes. Tienen la piel más pálida que antes, los ojos se les ven más oscuros y han perdido la pasión por vivir”.
Alejado de las bombas del frente, la cotidianidad de D. está atravesada por angustias de otro tipo. Mientras su mujer e hijos esperan en San Petersburgo a que él encuentre visado en algún lugar, para emprender un exilio en familia, D. se desinfla entre el desarraigo y la impotencia. En Estambul, apenas se siente en casa en el IKEA, donde reconoce unos muebles iguales a los de su casa. En París, habla con sus hijos pequeños a diario, pero decide no regresar a casa por miedo a perder su visado temporal y a ser reclutado. “No nos vemos ni nos abrazamos, desde hace cuatro meses. Me preocupa que un día acabemos llevando vidas independientes”, confiesa. “Aprendemos las guerras en el colegio, pero nos olvidamos que son vividas por individuos de una manera muy emocional”, asegura Nora Krug.
La investigación sobre el pasado de su familia para el libro Heimat –dibujos infantiles, escritos, fotografías– fue una experiencia chocante. “En Estados Unidos, si tu abuelo luchó en la Segunda Guerra Mundial quieres saber todo sobre él y hablas de ello en los encuentros familiares. Para los alemanes es lo contrario: encuentras su documentos personales y te avergüenzas”, matiza Nora.
Nora Krug considera que figuras autoritarias como Trump, Putin o Hitler están cortados por el mismo patrón: “No se sintieron amados por sus padres y tienen un gran complejo de inferioridad. Son, básicamente, psicópatas”. La autora confiesa que cuando Donald Trump se convirtió en presidente se quedó profundamente perturbada. “Quienes crecieron en Estados Unidos, con la narrativa de país libre y democrático, nunca pensaron que alguien como Trump llegara a ser presidente. Para mí, en un sentido, era una experiencia similar. Hitler fue presidente durante doce años. Trump, durante cuatro. Puedes matar a millones de personas en un corto periodo de tiempo”, matiza.