La Nena y sus amigos, por Juan Cruz
Era, en su juventud, cuando jugaba con sus hermanos Miguel (muerto en edad prematura) y Terenci, un amigo de fábula y un fabulador extraordinario, una mujer feliz con lo que hicieran otros. Y ella se hizo feliz con los literatos y con su literatura. Nunca se vanaglorió de nada, y por eso se arrimó a lo más humilde del oficio de escribir, aunque no renunciara ni a su poesía ni a sus novelas. Pero a principios de aquella década, los setenta, que había empezado siendo prodigiosa, se dedicó a preguntarles a los otros colegas cómo lo hacían.
El encargo que recibió Ana María Moix fue el de contar la vida de literatos y artistas de la época, radicados o que pasaran por Barcelona. El título de la sección (Veinticuatro horas en la vida de…) se lo puso el director del diario, Manuel Ibáñes Esscofet, y ella puso el periodismo con mayúsculas que ahora sobrevive por eso, porque era periodismo y no jactancia.
El estilo de Ana María acogió, para asimilarlos y hacerlos más cercanos a la historia que vendría, a personajes ahora legendarios, como Carlos Barral, Ana María Matute o Núria Espert. Su propio hermano Terenci, Juan García Hortelano, Juan Marsé, Quino, la fotógrafa inseparable, Colita, Jaime Gil de Biedma o Gonzalo Suárez, son exponentes de un amplio espectro de personajes que, con ella, expresan el brillo extraordinario de una época que no sabía que le estaba dando la bienvenida al boom y describiendo el fin de la dictadura.
Leer este libro es, ahora, darle la mano a un tiempo que ya no vendrá más. Con este regreso, le explica al mundo de hoy que antes no sólo hubo otro periodismo sino otra manera de contar cómo es la vida de los que se sientan a hacer que la literatura ampare tiempos mejores. Para el periodismo, Ana María Moix fue la que le regaló a aquel tiempo una generosidad despojada de las estridencia