25 años del Mundial sub-20 en Nigeria: del motín de prostitutas a la malaria
El Mundial se disputó en Nigeria. Ya tenía que ser la sede en 1995, pero un mes antes la FIFA cambió de opinión por brotes de malaria y meningitis y por la estabilidad política y social. Se decidió otorgar al país la edición de 1999, pero continuaba sin estar preparado. “Y nos dimos cuenta nada más aterrizar. Nada más salir del avión vimos que el país no tenía nada que ver con el sitio de donde veníamos nosotros”, asegura. En el aeropuerto de Lagos, la capital, no había cintas transportadoras para las maletas: las sacaban los trabajadores, con sus manos.
Rodeados de moscas
Los periódicos hablaban de un motín de prostitutas como respuesta a la decisión del gobierno de prohibir la prostitución durante el torneo (“Nadie nos parará y buscaremos a jugadores y directivos”), de bolsas llenas de orina lanzadas en las gradas o de un brote de cólera. “Hay un problema, pero estamos intentando no hablar demasiado de ello por el Mundial”, dijo un funcionario del ministerio de Sanidad.
“Fue muy impactante. Fue chocar contra una forma de vivir totalmente diferente”, argumenta. “Recuerdo caminar por un mercadillo y ver la carne y el pescados rodeados de moscas y la gente comprando como si fuera tan normal. Es que era algo normal para ellos. Para nosotros era todo muy chocante. Nos cambió la mentalidad. Nos hizo comprender que éramos unos privilegiados”, asiente.
En el pasillo siempre había soldados armados con metralletas para evitar que nadie entrara y que nadie saliera. Lo tenían prohibido. Recuerda dar ropa a algún soldado. “Incluso recuerdo que con Xavi, Gabri y no sé quien más un día recolectamos dinero y se lo dimos a los guardias para que se lo repartieran entre ellos”, cuenta. También les decían, en broma y en serio, que se los llevaran con ellos a España.
“A mí me costó asimilar que era campeón del mundo, sinceramente. Me sentía como el que ha ido a jugar un partido de fútbol y ha ganado y está contento. Pero ya está. Era esa alegría. Nada más. Con el paso de los días y, sobre todo, la llegada a España me di cuenta de la dimensión que tenia todo eso. Fue histórico”, admite. Hoy conserva la medalla y su hijo, futbolista de 13 años, habrá oído mil veces la historia.
Concluye: “Lo primero que hice cuando llegué a casa fue ducharme y después me fui a la cama a dormir. Estaba cansadísimo”.