Robert Ryman, el vigilante del MoMA que se convirtió en maestro del minimalismo blanco
A primera vista, sus cuadros pueden parecer una extravagancia. El fruto del esnobismo de un artista holgazán que utilizaba un solo color: el blanco. Quizás Robert Ryman no es uno de los pintores más fáciles de asimilar para el público generalista, pero esto no le impidió ganarse el respeto de la crítica y el mérito de formar parte de la historia del arte contemporáneo. El parisino Museo de l’Orangerie dedica una amplia retrospectiva a este artista estadounidense, fallecido en 2019 en Nueva York. Inaugurada el pasado miércoles, la muestra parte de un objetivo tan ambicioso como pedagógico: aprender a mirar las obras del maestro del abstractismo blanco.
Con el título de “Robert Ryman. La mirada en acción”, el centro ubicado en el jardín de las Tullerías expone 47 cuadros del pintor estadounidense. La muestra tiene el mérito de contradecir el prejuicio de que la obra de un artista monocolor termina cayendo en la monotonía. “Mi intención nunca fue hacer pinturas blancas (…). El blanco es solo un medio de exponer otros elementos de la pintura. El blanco permite hacerlos visibles”, afirmaba el mismo Ryman en 1986. Es decir, el blanco es sinónimo de la luz, permite jugar con el formato del cuadro o reflexionar sobre los límites de la obra. Es un elemento poliédrico.
Tanto Monet como Ryman compartían su interés por la realidad. Es algo en parte sorprendente en el caso del estadounidense al tratarse de un pintor abstracto. Pero a diferencia de la dimensión subjetiva preponderante en Pollock o Rothko —protagonista de otra interesante retrospectiva en París—, el artista de Nashville priorizaba lo material y la mirada sobre ello. “Él decía que no era un pintor abstracto, sino realista”, explicó Claire Bernardi, comisaria de la exposición, en declaraciones a la agencia EFE.
La centralidad del trazo y la luz
Como Monet, Ryman daba una gran importancia al trazo. Eso hizo que lo incluyeran entre los artistas minimalistas. Aunque rechazaba esa categoría, la centralidad del gesto resulta evidente en sus magníficos cuadros con pinceladas ondulantes, superpuestas unas con ellas. También coincidía con el genio impresionista al dar un valor fundamental a la luz. “Más que el pintor del blanco, era el pintor de la luz”, afirman los comisarios. Su singular apuesta cromática le permitía jugar con los contrastes entre las distintas tonalidades, así como las sombras que aparecen entre las distintas pinceladas. Una de las obras más destacada de la muestra es Capilla (1981), una sucesión de cuadros blancos en formato mural inspirada de otra creación homónima de Rothko y de Los Nenúfares.