La Novena Sinfonía de Beethoven, himno de Europa y “bálsamo para el alma”, cumple 200 años
“Es la sinfonía más universal, la más humanizada, la que hace que nos sintamos mejor, la que nos da esperanza, un bálsamo para el alma“, comenta a EL PERIÓDICO Martina Rebmann, “guardiana“ de la partitura original de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven. Este martes, coincidiendo el 200 aniversario de su estreno, el 7 de mayo de 1824, se abrirá al público el “tesoro“ de la partitura original, en la Stabi -la Biblioteca Estatal de la avenida Unter den Linden de Berlín-. Ahí quedará expuesta, con entrada gratuita, hasta el próximo agosto.
“La Novena admite cualquier formato. De la gran orquesta de Leonard Bernstein al cuarteto o el solista“, prosigue Rebmann. La pieza más universal de Beethoven se adapta a cualquier formato, pero también a cualquier mensaje político, según demostró la historia.
El impacto que causó entre público fue inmediato. Una clamorosa ovación cerró el estreno de la pieza hace dos siglos en Viena. Beethoven (1770-1827) no alcanzó a escucharla, porque estaba ya completamente sordo. Ni siquiera pudo dirigir su estreno en el Theater am Kärntnertor de Viena, su ciudad de adopción. Quien tomó la batuta para su última y revolucionaria sinfonía fue Michael Umlauf. Fue la última aparición en público de Beethoven.
Mucho antes de erigirse en símbolo del proyecto europeo y sus democracias, la ‘Oda’ había sido utilizada a discreción por todo tipo de dictadores y autócratas. Se interpretó en un cumpleaños de Adolf Hitler y también en la inauguración de los Juegos Olímpicos del nazismo, en 1936; ese mismo año, el soviético Josef Stalin la eligió para celebrar la constitución de su dictadura totalitaria; la ‘Oda’ fue también la obra asumida por otro régimen totalitario, la Alemania comunista, para celebrar su fundación como país satélite de Moscú. Se rehabilitó para la historia como el himno con el que los alemanes celebraron el abrazo nacional que siguió a la caída del Muro, en noviembre de 1989, la hermosa noche que puso fin a décadas de traumática división. Tomó la batuta Bernstein, quien se permitió la licencia de sustituir la palabra “Freude“, o la alegría, por “Freiheit“, libertad. Esa noche, ambos términos fueron sinónimos.